Fuente>> Cuando ese 24 de diciembre de 1914 la Compañía A del Primero de Norfolk llegó a la zona de trincheras, en Flandes, reinaba una extraña quietud. No hicieron más que alistarse, cuando del lado alemán el canto de villancicos rompió el silencio.
Los aliados entonces vieron, a través de la niebla que los separaban de las filas enemigas, que los alemanes se habían esforzado en decorar como pudieron, sus trincheras y habían armado precarios árboles de Navidad.
Habían recibido -gentileza del Káiser- raciones extra de salchichas, pan y licor. Por su parte, a los británicos les habían repartido pequeñas latas que contenían un paquete de cigarrillos, papel y lápiz, una tarjeta navideña y un retrato de la Princesa María.
Del lado británico también comenzaron a cantar, y así llegó la mañana del 25. Recién al mediodía la niebla reinante se esfumó, y fue cuando desde las trincheras alemanas se escuchó: “Vengan para acá, no les dispararemos“.
Con recelo, unos pocos comenzaron a salir, y los alemanes hicieron lo mismo. Al principio sólo dos o tres se animaron y grande fue la sorpresa de los británicos cuando los alemanes, hablando en inglés, les deseaban una feliz navidad, a la par que estrechaban sus manos.
Cuando intuyeron que no había peligro, todos los soldados salieron y repitieron los saludos. Un soldado inglés, A. Wyatt se asombró que muchos soldados alemanes fueran personas mayores. “Pueden ser nuestros padres”, escribiría a la familia.
Compartieron chocolates y cigarrillos. Los “tommys” y los “fritz” (cómo se los llamaban a los ingleses y alemanes, respectivamente) intercambiaron bebidas, cigarrillos, comida y hasta periódicos. Dicen que los alemanes buscaban pan blanco ya que el que consumían, el negro, era incomible.
En otro lugar, los británicos escucharon cómo un alemán cantaba, en perfecto británico, “Annie Laurie”, una vieja canción escocesa. “¡Canta otra!”, le pedían.
Aprovecharon a enterrar a sus muertos y se ayudaron mutuamente en esa triste tarea. Un capellán escocés rezó las honras fúnebres y hasta llegó a leer el salmo 23 –”El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar…”-en inglés y en alemán.
De pronto, alguien apareció con una pelota de fútbol y terminaron jugando un partido en la misma tierra en la que se continuarían matando. Jugaron durante una hora, sin referí y con el suelo patinoso por el hielo. No recuerdan el resultado, aseguran que se respetaron las reglas, que no contaban los goles, pero que por un rato se olvidaron de la guerra.
La escena descrita no fue la única sino que, con matices, se repitió a lo largo del frente, algunas por horas y otras duraron hasta el Año Nuevo. En algunos casos, los partidos fueron jugados entre soldados de la misma nacionalidad y en otros casos no, en puntos como Ypres, St Yvon, Flandes, Armentiéres, Lille, Vimy, en un frente que prácticamente se estancaría hasta 1918.
Fue una tregua espontánea, no oficial, condenada por los altos mandos, que terminantemente prohibían confraternizar con el enemigo. Hasta el pedido del propio Papa Benedicto XV del 8 de diciembre de aplicar una tregua en Navidad no había sido tomada en cuenta. Historiadores relataron que los franceses llegaron a penar con el fusilamiento estos actos y que soldados alemanes fueron enviados castigados al frente oriental.
Una cruz, dejada cerca de Ypres en Bélgica en 1999, para conmemorar el sitio de la tregua de Navidad de 1914. El texto dice 1914 La tregua de Navidad de Khaki Chum 1999 85 años No olvidar.
En aquellos días, un soldado alemán escribiría a su familia: “Qué maravilloso y qué extraño al mismo tiempo. Al fin de cuentas, debajo de los uniformes éramos todos iguales”.
Una escultura conmemorativa de la Tregua de Navidad del 24 de diciembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial, se exhibe en la recepción del Estadio Britannia. La escultura del artista Andy Edwards de Stoke, titulada “All Together Now”, muestra a dos soldados, uno británico, otro alemán, saludándose a su lado con un balón de fútbol.
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